Un premio para la crítica: Sobre la película “El premio”

Por Juan José Beteta*

La crítica, en pocas palabras, es siempre contextualizada;
es escéptica, secular y está reflexivamente abierta a sus propios defectos.

Edward Said, El mundo, el texto y el crítico, p. 42.


La película El premio de Alberto Durant desató un inesperado y apasionado debate, mucho del cual tiene que ver con un problema de chauvinismo nacional, que he denominado “virus de influenza cine peruano” y descrito en forma de cartilla sanitaria.

En el presente post quiero revisar aquellos argumentos no (del todo) contaminados por esa epidemia estacional. No tanto con el objetivo de defender mi punto de vista sobre este filme, cuanto por hacer una reflexión sobre el papel de la crítica. Y mi conclusión principal es que, en el caso de esta película (como en muchos otros), lo importante no es tanto la opinión del crítico, sino que éste ofrezca una descripción de los elementos audiovisuales y los procesos de construcción de sentido de la obra.

Deseo precisar que este es un punto de vista personal que no pretende ser el único, ni tan siquiera el correcto. Refleja parte de mi enfoque particular sobre la tarea crítica, que el público tiene derecho a conocer y yo de compartir con colegas.

El principal argumento contra esta cinta lo formuló Alonso Izaguirre, quien sostuvo que sus personajes son esteriotipados y su estructura está conformada por sketches propios de miniseries o programas de televisión producidos por Efraín “Betito” Aguilar o Michelle Alexander.

Betito

No estoy de acuerdo con este punto de vista (que comparten varios críticos, cinéfilos y cineastas, que nada tienen que ver con Alonso), por las siguientes razones:

1. Esta película no tiene el alto (y, en ocasiones, altísimo) nivel de sintonía que poseen esas piezas televisivas. Si El premio fuera lo que dicen estos comentaristas, pues tendría cientos de miles de espectadores; lo que no es el caso. Es paradójico que quienes sufren a causa del “cine peruano” y le achacan a Durant un presunto parentesco estilístico con Betito, no se percaten de que si alguna vez habrá una industria cinematográfica en el país, se necesitará un buen lote de películas tipo “Betito” cada año. Es decir, películas taquilleras. (Aunque, ciertamente, no basta con que haya taquilla para conseguir masa crítica y fidelización de un público.)

2. Betito no tiene los elementos de ambigüedad que exhibe El premio y mucho menos haría una película con “finales abiertos”. Sus acciones y personajes tienen que ser muy esquemáticos. Esto es así porque la gran mayoría de gente no “ve” televisión, la “monitorea”; los procesos de recepción son distintos en cada caso, cine o televisión. Lo que no significa que estos populares productos televisivos no puedan tener una mayor (y deseable) calidad dramática.

3. Por lo anterior, los sketches de Betito tampoco tienen el grado de integración y fluidez narrativa que tiene El premio. La televisión tiende a la fragmentación, mientras el cine que practica Durant exige integración. Esto es obvio. ¿Por qué, entonces, a tanta gente le parece que esta película tenga personajes endebles y una estructura poco articulada?

Los personajes

La razón, en parte, es que no logran aceptar a personajes poco construidos (o “estereotipados”) y, por lo tanto, dejan de ver que estos no son tan convencionales, como parecen. Para aclarar este punto haremos un cuadro de “SÍ. PERO.”. En la columna de la izquierda (SÍ) pondremos la descripción de los estereotipos señalados por Izaguirre y en la columna de la derecha (PERO) lo que estos comentaristas no ven o no aceptan. En la última fila, las conclusiones.

PERO

“El profe rural bueno”…

…bueno y sufrido; pero no idiota: no se deja robar el dinero ni le presta plata al pegalón. Pasa del triunfo (la lotería) al desastre (emocional). Conato de transformación por indecisiones.

“La madre joven abnegada con esposo malo y pegalón”…

…abnegada pero emprendedora e independiente, mientras que el esposo no solo es pegalón, sino también alcohólico y cornudo. Ambigüedad moral de ambos, tanto en general como con respecto al dinero. Finalmente honestos respecto de este.

“El chico rebelde que no quiere estudiar”…

…y que se ha entregado a la delincuencia menor, por tanto, ambigüedad moral respecto al dinero; no obstante, al final resulta honesto. Transformación.

“La bodeguera arrecha”…

…pero enamorada y defraudada por el profe bueno. Personaje ambivalente.

“El conocido que se quiere comer a la hija cantora del profe rural bueno”…

…hija cantora, pero también ambivalente con respecto al costo/beneficio de tirar con el conocido. Ambigüedad moral de ambos.

“La jefa de la chamba desconfiada de su trabajadora”…

…pero debido a que le robaban, ella o su primo. Personaje muy secundario, pero justificado para sostener ambigüedad moral de la pareja de amantes.

Estereotipos. Simplicidad.

Ambivalencia emocional, ambigüedad moral, indecisión, transformación. Complejidad.

Este cuadro tiene un defecto y es que nos presenta los datos separados, como si tras el curso narrativo transitáramos de una columna a la otra. No es el caso. Los elementos de la primera columna en realidad se superponen a los de la segunda. Es decir, los personajes (y varias situaciones) son, a la vez, estereotipados (poco originales, convencionales) pero también ambivalentes, ambiguos y sufren algún grado transformación. Como mínimo, se puede decir que estos son los menos típicos de los personajes estereotípicos.

Si no aceptamos esta peculiar combinación propuesta por el director, no apreciaremos el resto de aportes de la película.

La estructura

Esta misma característica se presenta en la estructura del filme, pero con un añadido importante: el conflicto principal no nace del carácter de los personajes, lo que debilita también la intensificación dramática. En su reemplazo, el eje de la acción se traslada a (y se traslapa con) un hecho fortuito y externo: el premio de la lotería.

La principal consecuencia de un filme que no está articulado por un fuerte conflicto principal es que no hay tampoco un compromiso emocional intenso; sino una sensación light, cercana a la cotidianeidad. No estamos ante hechos y personajes memorables ni extraordinarios, sino de situaciones y personajes más bien ordinarios. Y no pidamos más tampoco, dada la estética naturalista del filme.

Otra consecuencia de lo anterior es que el conflicto principal (padre versus hijo) no está suficientemente marcado y jerarquizado, con respecto a las otras historias secundarias; al punto que alguna de estas por momentos compite con la principal. De allí la sensación de cierta desarticulación, de que los personajes tienen motivaciones arbitrarias y que por momentos vagan sin norte en la película.

Nuevamente interviene aquí la ambigüedad. Los conflictos no terminan de definirse y quedan en el aire: Lisbeth flirtea pero nunca se acuesta con su primo, la chica de Canta tampoco lo hace con su pretendiente regordete, al igual que el profe bueno con su bodeguera. De personajes ambiguos, ambivalentes o indecisos sólo pueden resultar situaciones ídem; aunque –oh paradoja– perfectamente articuladas gracias a la citada intriga semi policial, que juega (y mantiene el interés) justamente a partir de estas (y otras nuevas) ambigüedades.

Por otra parte, ésta intriga también tiene momentos precarios y hasta inverosímiles, pero eso no importa, ya que al descubrirse el “dato escondido”, resultan irónicamente justificadas. Entonces, como culminación de esta tendencia a la ambigüedad, la cinta termina –tras el puente del dato escondido y resuelto– hasta con tres finales abiertos. Aunque el principal resulta un poco previsible, no hay forma de buscar en todo el filme elementos que nos ayuden a imaginar la continuidad de los otros desenlaces posibles. Esta es la más acabada de las películas inacabadas. Y su final, el más cerrado de los finales abiertos. De allí también que esta cinta aparentemente tan convencional se vaya tornando, hacia su final, en un filme poco convencional.

Percepciones cruzadas

En suma, Durant ha manejado con maestría y originalidad las líneas narrativas de su película, pero utilizando insumos, recetas y materiales (toscamente) primarios. Es como si fuéramos a Gamarra a comprar retazos de tela barata de distintas calidades y con ellas un sastre experto hubiera confeccionado un terno perfectamente acabado.

Los que dicen que la película es mala se fijarán en la precariedad del material (retazos cosidos sin ton ni son=Betito). Los que opinan que es buena admirarán el molde (con su narrativa clásica, sus ambigüedades, su dato escondido, etc.=autor de culto, Hawks, Kaurismaki). Y los que afirman que es una película fallida exclamarán: “¡Esto es un arroz con mango!”.

Mientras que quienes creemos que esta película no es ni buena ni mala, diremos –por lo arriba expuesto– que es un mérito de este director el haber logrado que tal combinación sea coherente, ingeniosa, interesante y divertida; como un niño que disfruta jugando con temas de adulto. Si estas no fueron las intenciones de Durant, pues fracasó rotundamente. En todo caso, esta parece ser la más pretenciosa película de las que no lo son.

Crítica: ¿Opinión o análisis?

El atrevido mapa de opiniones aquí esbozado –que no intenta ser exhaustivo: dejo varios otros argumentos en el tintero– seguramente concitará el rechazo de quienes se sientan aludidos, cuando no su desdén. Pero esto justamente abonaría a favor de mi punto; es decir, que –en este caso– las opiniones pueden ser tantas y tan variadas, que es más útil enfocarse en la descripción de los elementos audiovisuales.

Otra forma de verlo es que esta película ofrece fuertes argumentos para cada una de las opiniones aquí enunciadas. En consecuencia, el público debería enfocarse en estos elementos audiovisuales, antes que en las opiniones que los diferentes comentaristas desprenden de ellos; para formar, así, su propia opinión. Y esos elementos deberían ser ofrecidos por el crítico, como la mejor contribución que puede hacer para formar un público con espíritu y sentido críticos. El espectador no debería hacer tanto caso a las opiniones de los críticos, sino a sus análisis y descripciones de cómo se elaboran sentidos en una película.

Es más, si se lee con atención, se podrá comprobar que muchos de los argumentos con los que defiendo esta película podrían pasar como defectos y convertirse en su contrario. Por ejemplo, las ambigüedades y ambivalencias de los personajes podrían interpretarse más bien como su falta de construcción; y sus ambigüedades, como meros vacíos. Y estas características, en la acción, como narrativa desarticulada; más aún si la carencia de un fuerte conflicto principal a partir del carácter de los personajes se le interpreta como una gran falla del guión y no como una elección consciente del director. Otros han dicho que El premio fracasa en contraponer lo urbano con lo rural, a lo que respondo que más bien la cultura urbana ha impregnado a esa localidad rural; mientras que se me replicará que en eso justamente consiste tal fracaso…

Y así, sucesivamente, con lo que podría darse el caso de que un mismo crítico podría escribir –a partir de estos u otros argumentos– dos críticas con valoraciones totalmente opuestas, e incluso más de dos; quizás emulando a Juan Luis Villafañe, el personaje de un cuento de Bioy Casares, quien “fue el (anónimo) autor de muchos discursos de la buena época de más de un sector del Senado”, o sea que escribía por igual peroratas para distintos bandos en pugna, de tal manera “que más de una brillante y borrascosa discusión en el Senado fue un diálogo imaginario, un intrínseco monólogo en que Villafañe, impersonado por varios senadores, proponía y rebatía” (Bioy Casares, Adolfo, Adversos milagros, pp. 70, 106).

En consecuencia, a veces no hay que tomar demasiado en serio a los críticos. ¡Y lo digo muy seriamente!

(*) Artículo inicialmente publicado en Cinencuentro.com

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