Selección peruana 2012 (Claudio Cordero)

Hubo que esperar hasta el segundo semestre del año para encontrar algunas películas peruanas en los multicines. Hasta el cierre de esta edición, aún faltaba estrenarse Lima 13, mientras que Rodencia y el Diente de la Princesa (la última aventura de Alpamayo) completaba su ciclo de exhibición sin pena ni gloria, y el melodrama musical Quiero Saber luchaba por encontrar un público ávido de ver a Julio Andrade como actor y director. Como no todo el cine peruano es más de lo mismo, hemos seleccionado cuatro títulos que, con mayor o menor fortuna, aspiraron ser tomados en serio por el espectador y por la crítica.

Todas ellas -incluso las más apegadas al cine de género- han competido en diversos festivales como el Buenos Aires Rojo Sangre, Montreal, Huelva y, por supuesto, Lima. Oficialmente, son las obras que nos representaron internacionalmente a lo largo del 2012. De todas ellas, solo Casadentro conquistó galardones (Premio Mejor Ópera Prima y Premio FIPRESCI en Montreal), mientras que Cielo Oscuro se quedó con el Premio Titra del Festival de Lima, reservado para la ópera prima peruana mejor votada por el público. Hasta allí los antecedentes. A continuación nos detendremos en señalar sus características.

Empecemos por el primer largometraje de Joel Calero, ex crítico de cine y profesor universitario que se había dado a conocer como realizador con el cortometraje El Verano Próximo (2000) y el mediometraje documental Palpa y Guapido: El Abrazo de la Memoria (2003). Cielo Oscuro alcanzó su forma definitiva tras ocho años de producción, un detalle que no es secundario y que habla tanto de la perseverancia de Calero como de la insostenibilidad de un modelo de hacer cine en el Perú, uno que felizmente -por el bien de los propios cineastas- está a punto de expirar. La historia que Calero esperó tanto tiempo para contar es la de un comerciante de Gamarra que se relaciona sentimentalmente con una estudiante de teatro. Al parecer, no tienen mucho en común, salvo el deseo de construir un lazo afectivo sincero, un amor que trascienda las diferencias culturales y generacionales que existen entre ambos, diferencias que el guión, inteligentemente, ha preferido no enfatizar. Lo mejor de Cielo Oscuro se encuentra en su tramo inicial, cuando nos introduce a los personajes y los relaciona con su contexto social. Toño (Lucho Cáceres) y Natalia (Sofía Humala) son una pareja acorde con los vientos que soplan en la sociedad limeña; ambos son emprendedores y optimistas, tienen un proyecto de futuro y no parece haber nada que les impida progresar, ninguna amenaza externa como el terrorismo o las crisis económicas de otras épocas.

Calero tenía la mesa servida para explorar el lado oscuro de la Marca Perú, para echar tierra sobre esta imagen falsa del “sueño peruano”, gran invento publicitario de nuestros días. Más que una historia de amor condenada al fracaso, asistimos a la crónica negra de una obsesión enfermiza. Resulta que el buen Toño es incapaz de controlar sus celos, es un minusválido emocional en el que nadie desea verse reflejado, uno de esos infelices que aparecen en las portadas de los diarios sensacionalistas y que se ganan, por algunos días, el repudio de la opinión pública. Y, sin embargo, la película se las arregla para ofrecer un retrato comprensivo de este “monstruo” sin caer para ello en la idealización. Toño es uno de los perdedores más interesantes del cine peruano reciente, un Otelo de los pobres, y Lucho Cáceres se adueña del papel con solvencia y autoridad. Si hubiéramos podido decir al menos la mitad de su protagonista femenina, estaríamos sin duda ante uno de los mejores estrenos nacionales del año. Pero uno abandona Cielo Oscuro sintiéndose profundamente insatisfecho y yo diría que hasta traicionado por la falta de empatía de Calero hacia Natalia, responsabilidad compartida con la actriz que la encarna, Sofía Humala (de inexpresivo desempeño). Es particularmente ingrato el desenlace que se le reserva a este personaje, al que no volvemos a ver tras sufrir una brutal golpiza, lo que habría tenido sentido si ella solo hubiera existido en la imaginación de Toño. Pero no. Es solo otra mujer-objeto del cine peruano. La buena taquilla que tuvo el filme de Calero debería animarlo a seguir y mejorar.

Cielo Oscuro aún batallaba en la cartelera cuando ingresaron Coliseo Los Campeones y El Buen Pedro, ambas apoyadas en una esforzada campaña publicitaria que las acreditaba como realizaciones amigables de cara al público masivo. Mientras que Coliseo apelaba a la identificación con las costumbres y tradiciones de la Lima de los migrantes (aquí supuestamente retratados), El Buen Pedro se anunciaba como un thriller psicológico a la usanza de Hollywood. Pero las escuálidas cifras de taquilla de ambas confirman lo que muchos intuimos apenas terminó la función: va a ser muy difícil forjar una industria con productos tan defectuosos.

Coliseo Los Campeones es el primer largometraje de ficción de Alejandro Rossi y tiene su génesis en el documental Lima ¡Wás! (2006), firmado por el propio Rossi, hecho sumamente extraño al ser un director que desprecia la verosimilitud, característica que lo aproxima a cualquier asalariado de Bollywood. Coliseo es ese tipo de película donde un personaje se transforma de malo a bueno con un cambio de peinado. Este melodrama deliberadamente acartonado va detrás de “lo que le gusta a la gente” (amor, juventud, baile, pastillas de automotivación), pero, curiosamente, no logra filmar a ningún ser humano, solo arquetipos de un manual de marketing. Treinta años después de fundado el Grupo Chaski (pioneros en tender un puente cinematográfico con la Lima migrante), Coliseo supone un retroceso abismal.

Lo que nos lleva a El Buen Pedro, quizás la cinta peruana más desconcertante de los últimos tiempos. Con un pie en el Jaime Rosales de Las Horas del Día (2003) y otro en el Leonidas Zegarra de Mi Crimen al Desnudo (2001), Sandro Ventura deja atrás la candidez de su ópera prima Talk Show (2006) y se mete de lleno al cine cabaretero, camuflándolo de slasher con asesino en serie suelto en plaza, rehuyendo casi por completo a la luz del día y rellenando el reparto con celebridades de la farándula. Afirmar que todas las actrices de El Buen Pedro encarnan a mujerzuelas no es faltar a la verdad. Bienvenidos al universo sórdido y nocturno en el que se desplazan Pedro y Gabriel (Miguel Torres-Bohl y Roger del Águila, respectivamente), protagonistas de la cacería humana más infructuosa desde que Tommy Lee Jones le respiraba la nuca a Javier Bardem en Sin Lugar para los Débiles (2007). Dentro de su rareza, El Buen Pedro tiene el encanto de un placer culposo aunque habría que preguntarse si el público de  Los Vengadores (2012) tendrá paciencia de santo.

Paciencia es justamente lo que reclama Casadentro, el debut tras las cámaras de Joanna Lombardi, aunque esta vez la espera es recompensada con momentos de verdad emocional, de esos que quisiéramos ver siempre en el cine peruano. Hay rastros del neorrealismo italiano en la historia de una anciana (Élide Brero) que tiene como fiel compañía a su mascota y a sus dos criadas (Delfina Paredes y Stephanie Orué). La narración abarca solo veinticuatro horas de su existencia, justo cuando sus familiares la visitan para celebrar su cumpleaños, pero el espectador se lleva consigo algo íntimo y secreto: la sensación de ver pasar toda una vida llena de anhelos y frustraciones, una vida sin nada de excepcional, pero que la magia del cine puede convertir en un pequeño poema. Mucho tiene que ver en ello la fotografía del notable Inti Briones, responsable de que las imágenes del filme tengan una cualidad pictórica, algunos de ellos son nada más y nada menos que cuadros vivos que impresionan por sus texturas y colores desteñidos. Joanna Lombardi también firmó el guión y es evidente su predilección por el universo femenino, convirtiendo a la maternidad en la columna vertebral del relato. A estas alturas no deben quedar dudas de que el futuro del cine peruano dependerá de lo que hagan las mujeres, quienes parecen estar mucho mejor dotadas para elaborar un cine bello y contemplativo. Casadentro es un aplicado ejercicio de estilo que remonta sus limitaciones y puntos flojos a base de humildad, pero si Joanna Lombardi continúa por esta senda personal podría depararnos sorpresas más grandes.

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