Festival de Lima 2017: Crítica a “La Familia” de Gustavo Rondón (Premio APRECI)

Por Mario Castro Cobos

Es muy bueno, y también sorprendente, sentir que De Sica, Rossellini y los Dardenne (o sus procedimientos estilísticos, o su espíritu) se pasean por Caracas. Con una fuerte clave documental, sientes la urgencia absoluta del director por retratar personajes que lo han perdido todo, o casi todo. Con el acento puesto, no en la inmediatez de la situación política (que pese a ser terrible puede ayudar a esconder otra estructura más profunda) sino en un seguimiento insistente de esa presencia a la vez evidente y misteriosa -e irreductible- de los cuerpos, en la observación realista de la verdad más física, en un microcosmos de lo más representativo de un sufrimiento colectivo que ellos sintetizan y encarnan. Lo íntimo es lo social y lo social es lo íntimo.

Esta micro historia es más poderosa que un fresco amplio porque, concentrándose básicamente en dos personajes, un padre y su hijo, entendemos, sentimos, con gran nivel de detalle, una situación extrema sin solución a la vista. La Familia* establece una cotidianidad para rápidamente arrancar a los personajes de ella. Pienso en la especial gravedad social del hecho de un niño matando a otro. Como en el mito de Caín y Abel, huir es la única solución. La injusticia estructural los destruye y, atrapados por la desesperación y la violencia, y siendo a quienes el sistema opresor ha reducido a un mundo que es un submundo, los más oprimidos pro el sistema social también se destruyen entre ellos mismos.

Esta es una película marxista, en el sentido más incontaminado del término, más notablemente aún por mostrar sin un átomo moralista y sin énfasis alguno el abismo entre ricos y pobres (amos y esclavos, explotadores y explotados, empleadores y empleados, ganadores y perdedores). Al describir la huida de estos dos personajes, que se quedan sin mundo, sin tierra, sin comunidad, sin futuro, el paseo preciso por las clases privilegiadas es elocuente por el claro y agudo contraste de estos dos mundos, que se tocan pero que no se mezclan, porque uno es soporte del otro como si la injusticia fuera un estado natural.

La opción decidida e irrenunciable por filmar desde el punto de vista los desposeídos, de los olvidados, de ‘los que no importan’ se nota en cada plano, y es crucial. La película se eleva en la medida que practica un despojamiento dramático en pos de una verdad que requiere rigor y no retóricas ni adornos. Esta película mete el dedo en la llaga sin concesiones al sentimentalismo capitalizable ya que estos personajes no tienen tiempo ni para el dolor, pues se trata de luchar con todas tus fuerzas aquí y ahora para sobrevivir. Y una familia es el núcleo de un pueblo.

El final, necesariamente abierto (la imagen con el niño en la nueva ´casa´ no-casa antes del amanecer) es así porque ¿hay alguien que pueda estar seguro de lo que ocurrirá mañana con ellos?

*Película venezolana ganadora del Premio APRECI (Asociación Peruana de Prensa Cinematográfica) en la Categoría Ficción Competencia en el marco del 21 Festival de Lima 2017.

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