BAFICI 2012: Un balance del festival (Gabriel Quispe)
La característica esencial de la decimocuarta edición del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires – BAFICI fue el gran número de nombres nuevos en la programación, sea en condición de competencia o no, debutantes o autores de segundas cintas, o recién dados a conocer en esta parte del mundo.
Está claro que la elite del cine mundial estrena en mayo en Cannes (Kiarostami, Haneke, Cronenberg, Resnais, Hong Sang-soo, Loach, Mungiu, Raygadas, Cantet, Bertolucci, Weerasethakul, Trapero, etc.), y que la heterogénea oferta bonaerense alcanzó un promedio de considerable exigencia expresiva pero lejos de niveles excepcionales. Por ejemplo, en la Competencia Oficial Internacional que tuve la oportunidad de evaluar en el jurado de la Federación Internacional de Prensa Cinematográfica (FIPRESCI), junto a los colegas Gustavo Castagna (Argentina) y Quim Casas (España), de las 15 películas participantes, siete eran opera prima y ocho constituían la segunda experiencia de sus autores en el largometraje.
La sección estuvo compuesta, en su mayoría, de relatos ambientados en ámbitos suburbanos, campestres o rurales -de hecho, ese perfil tuvieron las tres obras argentinas, Los salvajes, Germania y La araña vampiro-, poblados a veces por personajes que pasan por relativos ostracismos, crisis personales y acentuadas cercanías a diferentes especies animales, domésticas o no (caninas, felinas, vacunas, porcinas, arácnidas, reptiles).
Asimismo, hubo una minoría de historias más cosmopolitas, que en algún caso gira alrededor de un grave conflicto social y una situación de violencia. Para el jurado FIPRESCI, el ganador fue el filme Tomboy, de Céline Sciamma, “por brindar una mirada entrañable al periodo de la infancia, en el tránsito en que se definen las identidades y el modo de vincularse con el entorno, en una localidad campestre de Francia y como parte de una familia que no termina de instalarse en un mismo lugar.”
Respecto a la experiencia de integrar un jurado en este festival, junto a Quim y Gustavo, debo decir que ha sido muy grata. Nuestras conversaciones, medio en broma y medio en serio, no estuvieron exentas de las coyunturas protagonizadas por la españolidad en estos últimos días: la expropiación de la empresa YPF decidida por el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, las peripecias del Rey Juan Carlos, la crisis galopante de la economía hispana, las sentidas derrotas del Barcelona.
Por lo demás, el día empezaba viendo un par de películas de la Competencia Internacional, y continuaba con cuatro o cinco proyecciones más en el resto de la jornada, hasta pasada la medianoche, o al límite de las energías. Y entre los visionados, aprovechábamos para conversar con colegas de toda procedencia y en particular con las amistades peruanas que casi llegaron a la veintena, entre críticos, realizadores y programadores, una de las presencias nacionales más significativas en el festival.
Volviendo a la selección de películas del BAFICI 2012, otro rasgo del festival fue el diálogo con el pasado, en el rescate de antiguos filmes, como India (1960), la tercera entrega de la dupla Isabel Sarli y Armando Bó, desaparecida durante décadas y que volvería a la vida desde el 2009, cuando la ingenua historia del prófugo de la ley y la jefa de una tribu indígena del Paraguay, dotada de cálida sensualidad en blanco y negro, y clichés románticos y de intriga, es descubierta por investigadores del Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken, una institución pública que se dedica a investigar, preservar y difundir el patrimonio cinematográfico argentino desde 1971.
También se pudo apreciar una joya poco conocida como Lions Love (1969), de la belga Agnès Varda, crónica parcialmente autobiográfica que transita del impactante asesinato de Robert Kennedy al disparo que recibe Andy Warhol, pasando por la estancia alucinógena en Los Angeles de una cineasta europea y sus forcejeos con un estudio de producción por el corte final de la película que pretende realizar en Estados Unidos. O un filme de Ousmane Sembène, Xala (1975), una mirada ácida sobre la corrupción política de Senegal y los valores de su sociedad, en especial los que forjan la identidad masculina con ancestral tirantez. Y en ese aspecto el broche de oro lo pondría El viaje a la luna (1902), de Georges Méliès, que se vio recientemente en parte en la cinta Hugo de Martin Scorsese y que constituye una de las piezas angulares de la historia del cine mundial.
(Artículo publicado originalmente en Cinencuentro.com)
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