36° Festival de Cine de Montreal: Tres sorpresas latinoamericanas (José Romero)

Entre la inmensa oferta cinematográfica del Festival del Cine del Mundo de Montreal, tres películas latinoamericanas resaltaron e interesaron en demasía. Provenientes de tres países distintos, dos de ellas son óperas primas, dos de ellas rondan los 60 minutos de duración, las tres tienen estéticas distintas; pero todas ellas evidencian primero a un talento detrás de la cámara, y segundo, a un cineasta con las ideas muy claras de este oficio llamado cine.

Chalán (Jorge Michel Grau, 2012). La segunda obra del director de “Somos lo que hay” parte de un proyecto de una televisora mexicana de ofrecer productos con calidad cinematográfica para la pequeña pantalla. Su inclusión en la sección Focus on World Cinema debería, al menos, extrañarnos pero no fue así. “Chalán” se ubica cronológicamente en solo un día y nos narra la relación entre un diputado y su ayudante, su chofer Alan, quien es la persona  de su más entera confianza, que conoce todos sus secretos y quien se encarga también de arreglar y solucionar todos los exabruptos que pueda cometer el padre de la patria. Un hecho ilícito quebrará este frágil lazo laboral y, como siempre sucede, el más débil de toda poderosa organización es quien debe cargar las culpas. El inteligente guión firmado por Edgar San Juan tiene una poderosa secuencia inicial en el que se muestra a nuestro protagonista en una instancia final, en un lugar sin retorno y donde debe negociar para poder sobrevivir.  Como buen thriller que es, plantea sus fichas desde el principio, se definen perfectamente los personajes y el trato vertical y humillante que se da entre ellos. El desarrollo de los sucesos tiene un ritmo muy versátil, inaudito diría, para un telefilme latinoamericano. Y lo más importante, una puesta en escena precisa que sabe aprovechar los espacios cerrados, los encuadres típicos del formato televisivo que sabiamente están fusionados con un estilo de actuación muy cinematográfico, con silencios, pausas, expresividad; y mucho del mérito lo tiene Noé Hernández,  un actor que en los últimos años se ha constituido en una presencia vital del cine mexicano del nuevo siglo. Detrás de la efectiva estructura y fluidez de la película radica lo realmente valioso, y ello es el feroz abordaje de la corrupción,  los intereses en juego, la podredumbre moral y ética de la vida política mexicana. Sin caer en los clichés, lugares comunes, Jorge Michel Grau ha logrado construir personajes creíbles y sólidos, e impactar al espectador, virtudes que varios de sus colegas no logran con mucho más metraje.

A la deriva (Fernando Pacheco, 2012). El debut de Fernando Pacheco es de esas películas que fácilmente podrían extraviarse, no solo en este festival sino entre la numerosa producción cinematográfica  de Argentina. Me explico, “A la deriva” no solo es argentina, sino también uno de las primeras películas de la provincia fronteriza de Misiones, donde en consecuencia no existe ese impulso (ni el apoyo) de hacer películas que sí los hay en Córdova o Entre Ríos; y que por lo tanto requiere de un trato especial, no preferencial, para brindarle una mayor difusión y visibilidad en su todavía incierto estreno comercial.  Es conocido que mayoritariamente lo que podemos ver fuera de Argentina son cintas provenientes de la capital federal, y este fenómeno centralista  se replica desafortunadamente en todos los países de la región. “A la deriva” refleja en cada uno de sus encuadres la belleza, la problemática y multietnicidad de la zona y si bien pertenece a suelo argentino, la cercanía de Paraguay y Brasil le otorga, además, la zozobra y la inestabilidad económica característica de toda región fronteriza. Estas emociones son bien asimiladas por Pacheco para recrear una suerte de western latinoamericano en la cual el protagonista, Ramón Antúnez, peón de aserradero, un buen día recibe la noticia de que la empresa no desea seguir contando más con sus servicios, iniciándose así entonces el largo peregrinar en busca de un nuevo trabajo. Es en esta búsqueda que su mejor amigo le aconseja incursionar y acompañarlo en un riesgoso y rentable oficio: el narcotráfico. Es ahí donde el protagonista decide,  aunque interiormente cuestionado, seguir brindándole a su familia lo justo, que no es más que el sustento diario. El director ofrece así un relato justo, conciso, sobre la sobrevivencia en una provincia remota, casi olvidada de la Sudamérica profunda. Evita juzgar  a sus personajes y sencillamente se dedica a observarlos, a registrar la vida, la aventura cotidiana de estos habitantes; y alrededor de ellos, siempre la naturaleza hostil. También rehúye a la idea de embellecer la miseria, de componer postales exóticas sobre una pobreza que sin duda existe. “A la deriva” recuerda los western de antaño, a ese espíritu pionero del país del norte, en las que el proveedor de la familia debe hacer lo imposible (o ilegal en este caso) para tener a la familia reunida y encontrar un lugar donde al fin prosperar. Un western desapasionado y realista quizá sea el modo más acertado de resumir esta prometedora primera obra de Fernando Pacheco.

Tres Marías (Francisco González, 2012). Costa Rica viene desde hace unos pocos años ofreciendo con relativa regularidad una producción cinematográfica que, a veces, resulta estimable y ello es suficiente como para situarlo a la cabeza de Centroamérica.  Pero definitivamente, este no es el tipo de película costarricense que uno podría estar esperando pues escapa a las temáticas que nos habría presentado anteriormente, como los dramas ecologistas o comedias urbanas. Y esto es de agradecer, pues se nota el impulso de hacer películas al precio que sea y “Tres Marías”, en ese sentido, se inscribe perfectamente en la noción del “cine de guerrilla”, rodada sin permiso, a espaldas de la autoridad, a salto de mata, con esa adrenalina y sobresalto que la escasez de tiempo y dinero pueden impregnar. Pero seamos claros, sin un buen guión, que lo tiene, todo hubiera sido un desperdicio. “Tres Marías” parte del folletín telenovelesco y es absorbido por el costado más feroz y crudo de la sociedad costarricense para dar como resultado la historia de las  tres mujeres del título y sus penurias en el lapso de una noche, que no son más que los múltiples reflejos de los problemas de la ciudad de San José, conflictos que como es obvio resulta incómodo para el espectador promedio.  González propone una estética desequilibrada, muy acorde con la existencia de cada uno de los personajes que retrata y así lo asume, su mirada / cámara es invasiva / asfixiante / inquietante pues en este relato, como en el destino de muchos, no hay tregua. Por su estructura críptica, sabemos cuál será el final pero ello no es lo más importante. Lo que nos deslumbra de esta ópera prima está en la radicalidad de su propuesta, de no tener miedo, de actuar siempre en el límite de sucumbir ante el efectismo y la exigencia que requiere del espectador,  pues no es película fácil de seguir ya que está dialogada con toda la jerga y recursos idiomáticos localistas. Como es de suponer, esta  película desagrada a algunos pero definitivamente nadie puede quedarse indiferente.  Y ello, apostaría, es la intención mayor de su director.


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