Los nuevos viejos ideólogos liberales (Juan José Beteta)
Un artículo publicado por el Sr. Alfredo Bullard sobre la “intelectualidad anticapitalista” en el diario El Comercio, empieza criticando a los críticos de cine, los que condenarían películas por ser “comerciales” y, en consecuencia, no tendrían “calidad artística”. En cambio, filmes que para el público masivo son “bodrios”, esos mismos críticos los elevan “a los altares de la cinematografía universal”. Y su conclusión es que calificar a una película como “comercial” es una “frase anticapitalista”.
En realidad, Bullard recurre a un lugar común para sacar una conclusión totalmente jalada de los pelos; y lo hace por un desconocimiento total del rol de la crítica, los intelectuales y artistas en cualquier sociedad. Empezando porque los críticos de cine comentan las películas a partir de sus valores cinematográficos intrínsecos, y no porque sean o no comerciales (léase, taquilleras). Por tanto, en muchos casos coincidimos en alabar cintas completamente comerciales (en lo personal, prefiero llamarlas “convencionales”) que están muy bien hechas; en otros casos, excepcionales, alabamos obras innovadoras y/o provocadoras en términos artísticos, las que en muchos casos no son aceptadas inicialmente por un público masivo. Sin embargo, esos filmes “experimentales” -cuando son buenos- terminan marcando tendencias e influenciando de diversas formas a la producción industrial de obras comerciales, exitosas o no. Esto es parte sustancial del proceso de la historia del arte.
Por tanto, hay buenas y malas películas comerciales, así como buenas y malas películas de pretensiones vanguardistas. Las que son buenas comercialmente, sostienen al resto de la producción industrial, mientras que las que son innovadoras en términos del lenguaje audiovisual, renuevan y enriquecen al conjunto del arte cinematográfico (independientemente de que sean comerciales o no, ya que también hay obras innovadoras y taquilleras a la vez: 2001 Odisea del Espacio fue una cinta taquillera que nadie nunca “entendió” del todo, ni entonces ni incluso ahora).
Para llegar a estas conclusiones los críticos nos fijamos en asuntos tales como los componentes del lenguaje audiovisual (encuadre, angulaciones, fotografía, iluminación, música, ruidos, silencio, montaje, escenografía, dirección artística, etc., y de sus variables e infinitas combinaciones), en su dramaturgia (guión), en la calidad de la actuación, en las relaciones con la tradición cinematográfica y referencias que pudieran existir con el mundo (social, cultural o personal), así como otros asuntos que una película específica proponga. En suma, en su puesta en escena.
Cada película es un mundo y la analizamos según los patrones arriba mencionados, destacando lo que encontremos en cada caso para dar una opinión; pero también -en lo personal- esforzándonos para que el propio espectador desarrolle su propio sentido crítico. Los cinéfilos revisarán las opiniones de distintos críticos y obtendrán una visión más completa de una obra determinada que les haya interesado. Como vemos, nuestra labor va mucho más allá de fijarnos si la película en cuestión es comercial o “anticapitalista”. Ello porque nuestro objeto de análisis -las películas- son productos artísticos que van (mucho) más allá de los lugares comunes y los estrechos clichés ideológicos que nos obsequia el Sr. Bullard.
Su desconocimiento de la labor de la crítica se origina en un desconocimiento aún mayor: el del rol del intelectual y del artista en cualquier sociedad, y en cómo se mide su éxito. La función de los intelectuales, en la mayoría de casos, es la de ser críticos de los problemas sociales y humanos que aquejan a sus sociedades e incluso al mundo en la época en la cual viven. Y ese es una de los factores de su legado y su vigencia; el otro son sus aportes al desarrollo o innovación de sus disciplinas artísticas específicas, las que son estudiadas por la academia.
Vargas Llosa dice en su ensayo sobre Arguedas que la función de la literatura es mostrar y no demostrar (La utopía arcaica, México: FCE, 1996; p. 23), y la riqueza y variedad artística y humana de tal mostración es la medida de su éxito. Esto no tiene nada que ver con que si sus obras son optimistas o pesimistas, capitalistas o anticapitalistas, pues el arte excede de lejos estos criterios; o, en todo caso, los incluye dentro de una totalidad mayor. Según Daniel Barenboim, las obras de arte recrean el mundo y algunas, el universo.
El Sr. Bullard dice que su artículo está inspirado en “la reciente discusión pública de si Vallejo o Ribeyro son un lastre a la cultura del éxito“. Donde Vallejo y Ribeyro serían los intelectuales opositores la “cultura del éxito” (léase, el capitalismo). Nuestro autor parece no percatarse que tanto Ribeyro como Vallejo fueron y son exitosos. En el caso de este último ¿qué puede ser más exitoso que pongan su rostro en los billetes de la moneda de su país? ¿Qué puede ser más exitoso que Google, uno de los más rentables y exitosos negocios en Internet, ponga la imagen del poeta peruano en su portada, celebrando su aniversario? No hay, pues, tal relación entre ser un intelectual “anticapitalista” y ser opuesto al éxito. Al contrario, el anticapitalismo (según la interpretación de Bullard) parece ser bastante exitoso. Al punto que él mismo lo reconoce cuando, citando a Nozick, afirma que “A los intelectuales no les va mal económicamente. Sus ingresos,. están muy por encima del promedio de la población”. Son, por tanto, modelos de éxito profesional.
Lo que seguramente perturba un poco al comentarista es que se pueda tener éxito vendiendo el “pesimismo” de autores cuyos personajes son “perdedores”. La crítica sería a esos enfoques en el contenido de obras específicas de ambos escritores. Un caso paradigmático podría ser también Mario Vargas Llosa, cuyas obras principales rebosan de personajes trágicamente perdedores, marginales y cuya última novela, por ejemplo, actualiza el tema del colonialismo y la esclavitud, asuntos definitivamente pesimistas (o sea, “anticapitalistas”). Y a ese. ¡le dan el premio Nobel de Literatura!
Naturalmente, estas son lecturas restringidas y limitadas de todos estos autores, reduccionismo que tiene como base la ideología. El solo hecho de que problemáticas personales, sociales o históricas -como las cuestionadas- sean recreadas mediante el uso de técnicas artísticas, constituye un llamado de atención emocional, reflexivo y hasta intuitivo sobre su existencia; y, además, un llamado a resolverlas. Esto no es una promoción del pesimismo. Si estas realidades no existieran y fueran obra de la pura imaginación de algún deprimido genio en su torre de marfil, ciertamente no tendrían el impacto que tienen o que se les atribuye (negativamente) por parte de nuestros nuevos ideólogos del optimismo y el éxito. Y el tema de la “recreación” también es clave, ya que explica las complejas motivaciones, muchas veces contradictorias y equívocas, que guían el comportamiento humano. En ese sentido, la mostración comprehensiva y totalizadora de la compleja experiencia humana, está en las antípodas de la ideología, muchas veces simplificadora y limitada; por eso parece a estos ideólogos un “pesimismo” que debe extirparse.
Recordemos, por otro lado, que quienes más han exigido “optimismo” a la intelectualidad han sido los regímenes dictatoriales que tanto detesta el club liberal: los comunistas. La colectivización forzosa estalinista, el “gran salto hacia adelante” y revolución cultural maoístas, fueron celebrados manu militari por escritores, compositores y cineastas súper optimistas. Los que buscaron encubrir auténticos genocidios que llevaron a la muerte a millones de personas y animales. Los intelectuales nazis no se quedaron atrás en su “optimista” celebración del holocausto. Ambos exigían a sus artistas obras “sencillas”, que el pueblo “pudiera entender”, como -según el Sr. Bullard- lo hacen las películas “comerciales”, que ilustran “la cultura del éxito” propia del capitalismo. En ambos casos, estos sanos consejos estaban guiados por esos lugares comunes e ideas sencillas y claras, propias de ideologías que se pretenden universales y únicas; pero políticamente autoritarias.
El desconocimiento del Sr. Bullard sobre estos asuntos lo obligan a buscar una explicación del origen del anticapitalismo de los intelectuales de izquierda en Robert Nozick, quien afirma que estos intelectuales viven puertas adentro de las instituciones académicas y se rigen por una meritocracia basada en las notas que alcanzan en sus exámenes. Como ven que hay otros profesionales (como empresarios o estrellas del deporte) que ganan más que ellos sin tanto esfuerzo intelectual, lo atribuyen. ¡al capitalismo! O sea, la piconería o envidia de los chancones de la clase. En el fondo, subyace aquí la vieja y poco original teoría elitista de la cultura, con consumidores de productos masivos (el éxito del capitalismo) contra los sabihondos poseedores del conocimiento (los aguafiestas, los pesimistas, los “anticapitalistas”).
Ciertamente, hay un poder “puertas adentro” de los “intelectuales de la palabra”, que se apoya en los grados y títulos académicos y se expresa -por ejemplo- en el canon literario y se ejerce en (y desde) la academia. Pero el error de esta explicación es que los intelectuales realmente influyentes lo son porque sus ideas impactan en la sociedad, tanto si están dentro como si están fuera de los claustros universitarios, como si son políticamente de derecha o de izquierda. Y su influencia proviene del estudio y análisis de la realidad social, en el caso de los científicos sociales, y del trabajo artístico de creadores con un talento e intuición excepcionales, en el caso de los escritores u otros.
En consecuencia, y al igual que en el caso de las películas, hay intelectuales con mayor influencia y otros con escasa o nula, independientemente de la presunta meritocracia académica de los mismos; al menos en el Perú, ya que se ve que Nosick se refiere a la intelectualidad y la academia del primer mundo. Y, nuevamente, esa influencia se apoya -en la mayoría de casos- en el rigor intelectual, la investigación y la crítica de los aspectos negativos del estatus quo. Incluso cuando intelectuales o artistas relevantes hacen apología de alguna ideología política o corriente estética, tienden a enriquecer distintas áreas del conocimiento, justamente por su visión amplia y totalizadora, superior al carácter forzosamente parcial o limitado de la ideología (más aún, cuando esta pretenden ser única, como parece ser la del Sr. Bullard).
Por otra parte, no estoy muy seguro de que “la mayoría de intelectuales, en especial los que se expresan en palabras, como los poetas, novelistas, críticos de literatura y cine, periodistas de opinión y profesores universitarios vinculados a las letras, son de izquierda”. Y menos aún de que estos intelectuales de izquierda sean “anticapitalistas”. ¿De dónde ha sacado el Sr. Bullard estas conclusiones? ¿Ha hecho algunas entrevistas, sondeos, encuestas, no hablemos ya de investigación al respecto? Porque sospecho que incluso esta percepción es otro lugar común, otra opinión sin sustento. Sería muy interesante investigar realmente el tema de las opiniones de los intelectuales sobre el capitalismo y el liberalismo en el Perú de hoy.
Lo que sí concedo al Sr. Bullard es que su percepción sobre los intelectuales y los críticos de cine era parcialmente cierta hace unos 40 años atrás, en los años 70 del siglo pasado. En esa época sí había esa visión ideologizada e influenciada por el marxismo (no tanto -desafortunadamente- desde su faceta crítica, como por su aspecto dogmático). Pero ha pasado el tiempo y desde hace 20 años sino más, la crítica cinematográfica (y la intelectualidad) han evolucionado. La vieja generación de críticos se ha vuelto más sabia y sus criterios se han ampliado y enriquecido, mientras que la joven generación está conectada sin complejos con el cine comercial y el cine en general; ambos, en mayor o menor grado, despolitizados y desideologizados, como por otra parte es evidente cuando examinamos la producción cinematográfica contemporánea, de la que dependemos finalmente los críticos.
Las nuevas tendencias en curso en las artes y las ciencias sociales son los temas derivados de un Perú y un mundo multiculturales, acicateados por las TIC, como los conceptos de inclusión social y democracia intercultural; así como por la forma en que Internet y las redes sociales están cambiando nuestro modo de acercarnos al conocimiento y hasta nuestras propias mentes. Los nuevos desafíos políticos, modelos de negocio y estrategias de desarrollo están ahora encarrilados en ambas brechas: la cultural y la digital; y en su necesaria interconexión.
Y justamente en estas nuevas circunstancias viene aquí el Sr. Bullard a reconstruir las lógicas dogmáticas del marxismo de los 70, pero esta vez bajo ropaje liberal. No me extraña, ya que escribe en el diario El Comercio, un medio -si nos atenemos a su reciente publicidad y ligero rediseño gráfico- cada vez más conservador y dirigido a un público de 50 años a más; pero no para ilustrarlo sobre estas nuevas tendencias en curso, sino para hacer un remake de escenarios del pasado, cambiando la anterior doctrina única por otra presuntamente nueva, con pocas cosas relevantes para las necesidades actuales del país. Tal como lo discutimos hace poco entre un grupo de jóvenes colegas de la prensa, la publicidad y la comunicación; totalmente ajenos, creo, a los temas que nos plantean artículos como el que comentamos.
En cuanto al anticapitalismo, pues creo que se explica más bien por la crisis financiera de 2008. Qué puede pensarse de un sistema económico que ha creado una abundancia y riqueza materiales sin precedentes en la historia de la humanidad (acumulada principalmente en los países del norte), pero que -al mismo tiempo- expulsa de cientos de miles de personas de sus viviendas, destruye millones de empleos, reduce -voluntariamente o no- los salarios y provoca recesiones económicas y desaceleramiento de las economías por todo el planeta. Por si fuera poco, los responsables del desastre se mantienen en sus puestos, continúan en cierta medida con sus prácticas y auguran que el entuerto se resolverá en una década. Y luego vienen a echarle la culpa del anticapitalismo a los intelectuales, los artistas y a los críticos de cine. Por favor.
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