La trinchera luminosa de Jim Finn (Andrés Mego)

Previsiblemente, la existencia de esta película pasó desapercibida en nuestro país. Ahora que nuestros gobernantes, incapaces de promover una verdadera educación ciudadana que prevenga de verdad el radicalismo y la desmemoria, están próximos a seguir discutiendo la “ley del negacionismo”, se hace oportuno mencionar este documental que, aunque simulado, presume de cierto conocimiento acerca del fenómeno senderista.

Así es, la mejor película sobre Sendero Luminoso se filmó en Estados Unidos. Fue dirigida por Jim Finn, un cineasta norteamericano apasionado por la utopía comunista y su arte propagandístico. Su primer largo, Interkosmos (2006), narra una fallida misión soviética de colonización espacial y recurre a la reconstrucción de canciones y filmes de exaltación política. Su conocimiento de la existencia en nuestras tierras de un movimiento de peligroso dogmatismo y a la vez con una importante militancia femenina, lo encaminó hacia su siguiente proyecto: La trinchera luminosa del Presidente Gonzalo (2007). Su intención era recrear una supuesta película de propaganda senderista, filmada a fines de los 80, que por alguna razón no pasó la censura del propio grupo subversivo. Es decir se propuso, según las declaraciones del director, producir el video clandestino que le hubiera gustado hallar en algún mercado negro de Lima.

La acción sucede en 1989, al interior de una prisión de mujeres, en el pabellón de presas por terrorismo. Como se sabe, durante los 80, los militantes de Sendero mantuvieron el control de sus pabellones e hicieron de su periodo de reclusión una oportunidad para reafirmarse mediante el estudio del comunismo, el arte panfletario e incluso el entrenamiento militar.  La película muestra a un grupo de reclusas llevando su vida cotidiana y dando declaraciones a una entrevistadora, presumiblemente también presa. En el pabellón el horario está claramente repartido en actividades colectivas. Como en un convento, todas se someten a una autoridad superior que se expresa a través de una doctrina, el “pensamiento Gonzalo”, que organiza el uso del tiempo y la marcha de las conciencias. Las vemos haciendo labores domesticas, pintando retratos de Abimael Guzmán, sosteniendo debates que ratifican “el fin justifica los medios”, participando en una “sesión de autocrítica” y marchando vestidas de rojo, entonando cantos. Esta es la secuencia que más debe haber fascinado a Finn: un espectáculo maoísta en el patio de una cárcel latinoamericana de mujeres que empuñan temibles certezas.

Aunque esta, como sus otras películas, es de fuerte contenido político, Jim Finn no es un ideólogo, ni mucho menos persigue un afán reivindicatorio. Finn se inclina por la experimentación narrativa con el costo de confusión y ambigüedad que ello puede implicar, es decir lo opuesto a la intención del cine propagandístico del que se inspira. El experimento en este filme era recrear la mentalidad del senderista, recrudecido por el aislamiento, y mostrarla sin simpatías pero totalmente desde su perspectiva. Por eso esta película puede resultar desconcertante para el público peruano, primero porque es posible que lo asuma como real y además porque escapa del formato periodístico distante con el que se suele tratar el tema. Y es que Jim Finn realmente ha investigado. Cada escenificación, declaración o arenga pronunciadas por las actrices surgen de un buen conocimiento de documentos y hechos reales.

Sin embargo, hay que señalar que la recreación de Jim Finn tiene sus fallas. Filmada en Nuevo México, con actrices de origen hispano y descendientes de indios navajos, es inevitable que en algunos casos sus acentos al hablar no concuerden. Y lo que es más evidente, hay una secuencia en la cual las presas representan una obra teatral hablada en navajo. La intención de esta escena es hacer referencia al quechua, que según creía Finn, era una lengua comúnmente usada por los senderistas (y obviamente resultaba difícil encontrar quechua hablantes en USA), lo cual no es tan cierto pues el origen de este grupo era fundamentalmente mestizo. También podría decirse que algunas actrices en sus declaraciones tienden a exagerar los rasgos que denotan fanatismo: mirada hipnotizada, seriedad absoluta, negación de la individualidad, etc. Sin embargo, tampoco puede afirmarse que esto es demasiado incongruente.

Me atrevería a afirmar que esta es una película que debería ser más conocida por el público peruano. A pesar de su artificialidad y que es inevitablemente incompleta, no abundan materiales audiovisuales que se hayan aventurado por bosquejar el retrato del senderista desde adentro. Por más aversión que nos produzca el tema, es importante conocer los esquemas mentales del subversivo para poder afirmar que los hemos vencido y para evitar que nuestros políticos exploten el tema del terrorismo para inducir al miedo a la población y sacar provecho político con ello. Definitivamente, esta película no aborda, ni es su propósito, las preguntas fundamentales del problema. ¿Qué ocurrió en nuestro país para que aquella gente joven haya decidido enrolarse en un movimiento brutalmente dogmático y criminal? ¿Cómo es posible que Sendero haya logrado prolongar su “guerra popular” durante más de diez años? ¿Hemos aprendido de todo ese sufrimiento? ¿Nos puede volver a pasar? Interrogantes que nos corresponde a nosotros dar respuesta.

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