La Nana, Huacho y Los Paranoicos: Tres películas vistas en el 13° Festival de Lima

Los integrantes del proyecto Ver o no Ver comentan algunas de las películas premiadas en el 13° Festival de Lima*.

La Nana, un film de Sebastián Silva

La NanaLa sensibilidad de Sebastián Silva (grabó la película en casa de sus padres, donde se crió de los 10 a los 20 años) para la comunicación de cuerpos en contextos caracterizados por la inestabilidad, sortea brillantemente los estereotipos psicológicos y se anima incluso a introducir un dispositivo lingüístico (como lo hicieron en su momento los grandes teóricos de la comunicación humana en la terapia familiar) llamado Lucy, que aparece para cumplir una función mayor en un momento determinado, respondiendo a una emergencia. Lucy se inscribe como dispositivo en un juego de poder, obedeciendo una ética en medio de los recursos somáticos de Raquel (la nana que viene trabajando 23 años con la familia y no duda en hacer imposible la vida de las muchachas que llegan a trabajar con ella): Hagas lo que hagas, haz siempre lo contrario. Y así Lucy se desnuda en el patio de la casa cuando Raquel la deja fuera. Llora desesperada cuando Raquel pierde el sentido. Y agradece el mal trato invitándola a pasar Navidad con su familia. Porque La Nana es sobre todo una puesta en escena del self, donde lo complejo se transforma en unidad, lo oculto en visible, lo difícil en facilidad. La Nana nos ha devuelto un cine de interacciones en el mismísimo mundo de la vida. Sí, interacciones, como en el cine etnográfico. Interacciones de seres humanos en su medio ambiente social. La historia descubre con inteligencia que la personalidad es un mito y que detrás de los grandes cambios solo existe el lenguaje (la lógica de la razón es la peor de las disposiciones. El ser humano es paradójico). Silva está muy cerca de la ética del amor y el reconocimiento de los Dardenne, filmando una historia de seres humanos en movimiento, focalizando lo inestable, lo fluido, lo cambiante, documentando cuerpos de personas ordinarias en situaciones ordinarias y condiciones igualmente ordinarias.

Jorge Ayala Salinas

Huacho, un film de Alejandro Fernández Almendras

HuachoHuacho es una experiencia corporal, una delicia sensorial, pura energía cinematográfica que te sacude la columna vertebral y te conecta instantáneamente con tu propia tierra, aquella misma que te dio la vida y que abrazará tus huesos cuando mueras. La sentí a través de mis sentidos, en mi piel, como un sol todopoderoso que ilumina y prende de vida nuestros amaneceres. La sentí en mis labios, en mi lengua, en el hermoso idioma que hablo: español. Pero sobre todo esta película la sentí mía, pues proviene del lugar a donde pertenezco, Latinoamérica, y pocas veces una película, ha logrado evidenciar mi origen de manera tan auténtica. Huacho, cuenta la historia más simple y también la más antigua: despertar a la mañana, compartir el pan en la mesa, luego ir a ganarse la vida, descansar un momento y, por último, volver a casa y esperar al día siguiente. No existe un personaje principal, tan solo una familia: dos abuelos, una madre soltera y un hijo. Son gente del campo, humildes, trabajadores que viven en este siglo pero, al mismo tiempo en el pasado.

Aunque hay muchos temas en torno a Huacho, voy a elegir dos: el primero es su herencia neorrealista, es decir, la urgencia de continuar pensando el cine como una actitud ética hacia la vida, un compromiso con tu propio tiempo, con tu propia comunidad. Un cine político, que vincula esta película con la de visionarios tales como Roberto Rossellini, Ken Loach, Abbas Kiarostami, Robert Guédiguian o Abdellatif Kechiche. Artistas que fueron y son capaces de explicarnos que el mundo necesita estar unido con preocupaciones comunes a todos, y que siempre debemos evitar la exclusión o el rechazo.

El segundo, y quizás más significativo (por la manera en que el cine puede autentificar imágenes de la vida cotidiana en el presente) es el tema del trabajo. “Ganarás el pan con el sudor de tu frente” parece hacerse eco desde la distancia del tiempo en cada luminoso fotograma del film. Nuestra vida, así como la de los protagonistas del film, se puede resumir en la irrevocable veracidad de aquella frase, vivimos para trabajar y al hacerlo condicionamos nuestro uso del tiempo, nuestro espacio y nos definimos como seres humanos. Hacernos recordar la persistencia de esta verdad en el hombre, y en la vida de personas que viven con muy pocos recursos, pero aun así se esfuerzan enormemente para culminar un día de sus vidas con una pequeña sonrisa, es uno de los principales y más audaces logros del film. ¿Estamos dispuestos a ser testigos privilegiados del trabajo real? Más aun, cuando se nos presenta agotador, rutinario, pero también noble como lo es en realidad. En Huacho lo vamos a experimentar sin maquillaje alguno, sólo trabajo duro en manos curtidas por el sol. Este es un cine que confronta la vida y la entiende, que la sigue obsesivamente a cada instante, como si tuviese temor de alejarse de ella y no poder encontrar aquello que busca incesantemente: la verdad.

Huacho, presenta la complejidad de la vida cotidiana de personas que luchan por ganarse la vida con valentía, porque la necesitan para sobrevivir. Y es también una actitud igual de valiente producir una película que rescata y nos muestra la vida campesina tal cual es, de cara opuesta a la de un país cuyo rostro para el mundo es el éxito de un sistema economico que esconde años de crímenes, violencia social y exclusión. Tenemos que ser el centro de nuestra propia periferia, parece decirnos el director, y desde ese punto podremos volver a definir la historia.

Enrique Vivar

 Los Paranoicos, un film de Gabriel Medina

Los ParanoicosHe vuelto a los ochenta con Los Paranoicos. He vuelto a través del pelo de Luciano (interpretado por el gran Daniel Hendler), a través de la música y ese baile en solitario. A través de la ropa de Luciano, de aquel poster de The Ramones y la fotografía de la película, entre oscura y rockera, incluso que nos remite un poco más allá, a un After Hours de Scorsese o incluso más acá, a un Contra la Pared de Fatih Akin, aunque sin las tripas y la rabia de este. Los Paranoicos es freakie y loca, es oscura y triste, es graciosa y casi judía en su humor, conmueve y sorprende al mismo tiempo, es una revelación saber, además, que es una ópera prima, porque su realización es limpia, el guión es complejo, las actuaciones son buenísimas.

Nos cuenta la historia de dos amigos, uno, Luciano, con quien nos identificamos, que es un chico solitario que ya no es tan joven, pero que se niega a crecer (entre muchas cosas, tiene el mismo peinado y ropa que seguro tenía cuando era adolescente y este es su principal encanto). Luciano está escribiendo un guión que nadie sabe de qué trata y que realmente nadie ha visto nunca. Es, también, un poco paranoico, tiene miedos, dudas y le cuesta enfrentarse a la realidad. En cambio su amigo, Manuel, es un exitoso guionista de series de televisión en España (la serie se llama así, Los Paranoicos), y está en las antípodas de Luciano, con su éxito y seguridad. Pero tiene una novia que no es así, es más como Luciano, con la cual viene desde Madrid a visitar Buenos Aires porque va a hacerse la serie también ahí. Luciano descubre que hay un personaje inspirado en él en la serie y más cosas, que le duelen pero no puede expresar debido a su frustración. Su fracaso está evidenciado de manera límite en ese personaje que interpreta en las fiestas infantiles, que son hasta más tristes que él. Pero no por eso la película es trágica, el sentido del humor casi judío no lo permite, casi como en un Woody Allen versus Alan Alda en Crímenes y Pecados, y ahí está Luciano con su disfraz de monstruo de peluche, nervioso y paranoico, tratando de entender la vida adulta. Genial el momento de la revelación, aquel baile con Sofía, freakie, subte, dark otra vez, casi como aquel que hacía Robert Smith en el video-clip de la canción Caterpillar, imitando mariposas en la cara. Así, este es el espíritu de Los Paranoicos, es un espíritu musical ochentero, casi como el de Robert Smith, aquel adulto lleno de maquillaje en el rostro y pelos despeinados, abrazado de un oso de peluche y cantando canciones de amor frustrado, para no crecer, para seguir bailando sin responsabilidades y así poder ser feliz.

Rossana Díaz Costa

 (*) Artículos publicados en el blog  Ver o no Ver

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