Banquete Cinéfilo: Crónica del 11º BAFICI

Por Diego Cabrera*

Entre el 25 de marzo y el 05 de abril se realizó en Buenos Aires la décimo primera edición del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires, evento que congrega buena parte de lo mejor del cine mundial. Como no podía ser de otra manera, Godard! estuvo otra vez presente en la que para muchos es la cita cinéfila más importante de esta parte del continente.

Si hay algún adjetivo capaz de calificar al BAFICI es el de inabarcable. Cerca de 100 funciones diarias de películas provenientes de diversas latitudes, seminarios, mesas redondas, diálogos con directores, presentaciones de libros y proyecciones gratuitas al aire libre constituyeron la irresistible oferta del festival. A continuación comentamos algunas de las películas que pudimos ver. Al revisarlas podrán darse cuenta que muchas de esas películas no figuraron entre las más comentadas o ni siquiera formaron parte de las secciones en competencia (esperamos por lo menos ver algunas de las que integraron la representación argentina en el próximo Festival de Lima). A pesar de ello, nuestra cobertura nos deparó varias sorpresas pero también algunas decepciones.

El combinado local

Excursiones representa un retroceso para la obra de su director, Ezequiel Acuña, y no porque se trate de una mala película, para nada, sino por su esencia adolescente. Marcos y Martín son dos amigos de infancia que pierden contacto a causa de la tragedia de un tercer amigo con el cual completaban un trío inseparable. Sus vidas han tomado rumbos distintos y la posibilidad de que uno de ellos dirija una obra de teatro será el pretexto perfecto para motivar su postergado rencuentro. Si bien la historia de esta amistad -tomada a partir del cortometraje, Rocío, filmado hace diez años por el mismo Acuña – se desarrolla en un principio con soltura, puesto que el director de Nadar Solo sabe de lo que está hablando, cuando se torna explicativa, cuando la comedia deviene en drama, pierde la chispa -aunque, a decir verdad, no tuvimos la fortuna de disfrutar de la comicidad de la cinta tal como lo hizo la mayor parte de los asistentes a la presentación, quizá porque su humor era un tanto localista- o en todo caso cuando se centra en la pareja protagónica a expensas de personajes secundarios hilarantes en su extrañeza, como el amigo de Martín que termina colaborando en la concepción de la puesta en escena de la obra o el líder de la banda que ensaya en su casa. Hay que decir también que la música incidental explicita sobremanera lo que se dice con las imágenes y que la utilización del mismo blanco y negro del cortometraje que motivó la película no hace más que confirmar la apariencia estudiantil de estas excursiones.

Agua, segundo largometraje de Verónica Chen, es -como bien apunta la sinopsis del catalogo del festival- una película “física”, al punto que los cuerpos de sus protagonistas, sobre todo sus torsos, dorsos y brazos, así como sus palpitaciones, respiros y pensamientos, prorrumpen la pantalla con no poca violencia. Sin embargo, esa fisicidad se convierte en mero artificio al no estar circunscrita a una historia inspirada. El Goyo y el chino están atados por las circunstancias, son como dos peces expropiados del mar: viven en un mundo que no les pertenece y solo se sienten a gusto nadando, sea en una piscina o en un río. Pero si en la ficción nadie los entiende, mucho menos fuera de ella. Y es que Chen prefiere registrar con esmero cada uno de los movimientos de estos dos seres acuáticos antes que transmitirnos sus verdaderas emociones y sobre todo el motor de las mismas. De ahí que no tenga reparos en dejar a los personajes femeninos en el limbo con tal de justificar el metraje de una cinta que, aunque se vea y suene bonita, es capaz de aburrir hasta al más afanoso nadador.

Tekton, una especie de secuela de Opus, la ópera prima de su director, Mariano Donoso, fue curiosamente definida por el crítico y programador del festival Diego Trerotola como la obra fundacional de un nuevo género fílmico: “el cine documental filosófico” (o metafísico, o algo ‘trascendentalmente’ parecido). Más allá de la hipérbole, lo cierto es que la ganadora del premio otorgado por la Asociación de Cronistas Cinematográficos Argentinos es una película que quiere ser lírica y reflexiva a la fuerza. A partir de una composición espacial capaz de embellecer el concreto, de la utilización reiterada de música clásica y citas textuales de los pensamientos de celebres filósofos, Tekton documenta el día a día de la construcción de una obra arquitectónica que simboliza la transición hacia la modernidad de una ciudad de provincia por la cual sus (ex) moradores sienten una inmensa nostalgia.

Esa misma melancolía es la que prefigura El Descanso, película dirigida el año 2001 por Andrés Tambornino, Ulises Rosell y Rodrigo Moreno -este último director de El Custodio, largo que se llevó el máximo premio otorgado por el Festival de Lima el año 2006- que cuenta el enfrentamiento entre dos grupos de personas por el control de un hotel que alberga en su derruido interior los mejores recuerdos de un pueblo anclado en el pasado. Personajes excéntricos y situaciones divertidas bien hilvanadas hacen llevadera una historia sin mayores pretensiones que las de pasarla bien.

Documentos políticos

Dentro de la sección Panorama se presentaron algunos de los trabajos menos difundidos del gran cineasta chileno Raúl Ruiz, entre ellos la película de culto Diálogos de Exiliados (1974), filmada tan solo un año después del Golpe Militar que derrocó a Salvador Allende. Contrario a lo que su título podría hacernos pensar, Diálogos de Exiliados, que fue estrenada recién hace un par de años en nuestro vecino país, opta por el ridículo, la sorna y la ironía y rechaza cualquier tipo de conmiseración o sentimentalismo patriota. Con sus diálogos Ruiz no pretende ser vocero de la izquierda de su país ni mucho menos de los simpatizantes de La Junta Militar sino todo lo contrario. El director de Tres Tristes Tigres le da la vuelta a una situación dramática, la de los exiliados chilenos en Francia, dotándola de humor, restándole solemnidad al discurso político y evidenciando en cambio la retórica estéril de aquellos que están dispuestos a aislarse del mundo en nombre de su ideología.

En Bigger, Stronger, Faster Christopher Bell parte del testimonio familiar para esbozar la decadente situación de la Norteamérica actual. La filosofía maquiavélica y el pragmatismo estadounidense se ponen en evidencia en la crónica de tres hermanos que han crecido a la sombra de celebridades que se han forjado un nombre en el star system con la ayuda de drogas ilegales -como las anfetaminas, las hormonas de crecimiento y en especial los esteroides-, pero que justifican su uso en lo competitiva que es su sociedad. El director y también protagonista del documental, un joven criado en un hogar cristiano que trabaja en un gimnasio conocido por ser la cuna del Arnold Schwarzenegger más musculoso -el que fue 7 veces campeón del Mr. Olimpia-, cuestiona la doble moral de actores de cine, estrellas de la lucha libre, beisbolistas, atletas, ciclistas, miembros de las fuerzas armadas, gobernadores de estado y hasta a un presidente que dicen no estar a favor del consumo de “drogas deportivas”, pero que las utilizan o han permitido en algún momento que otros las utilicen como atajo hacia el éxito.

En Chicago 10 Brett Morgen se vale del rotoscopiado digital -técnica utilizada por Richard Linklater en Waking life– para proyectar su visión de lo que pudo haber sido el juicio a puertas cerradas de un grupo de activistas, que se hacían llamar yippies, acusados injustamente de conspiración a causa de una marcha pacífica pero bastante anárquica que lideraron en 1968 en protesta contra la mal llamada Convención Democrática, llevada a cabo en Chicago en plena Guerra de Vietnam. Pero también recurre a imágenes de archivo que dan cuenta del espíritu yippie y sobre todo del clima represor que imperaba en la Norteamérica de aquel entonces, un Estado “democrático” que reaccionaba a las críticas del “pueblo” de la misma manera como lo hubiera hecho un régimen fascista. Considerada por el Washington Post y la New York Magazine como una de las 10 mejores películas del 2008, Chicago 10 es un documental animado que combina dos géneros usualmente divorciados para derivar en un producto de impecable factura y contundente mensaje que invita a pensar y a reír por partes iguales.

Similar premisa y echadura tiene el también documental animado Waltz With Bashir -nominada al Oscar como mejor película extranjera este 2009-, un ejercicio introspectivo del director israelí Ari Folman que parte de los difusos recuerdos, la mayoría presentados en forma de sueños, que tiene de su participación en la guerra de Líbano de 1982. La película describe con contundencia el horror bélico y las repercusiones que un evento tan desafortunado pueden tener en las personas.

The Wrecking Crew y Pansy Division – Life in a Gay Rock Band, en cambio, tienen un tono más bien celebratorio. El primero es el documental que le dedica Denny Tedesco a su desaparecido padre, Tommy Tedesco, miembro emblemático de la mítica orquesta que da nombre a la película y que de manera silenciosa y casi anónima daba melodía a algunas de las más famosas canciones californianas de la prodigiosa década de los sesenta. Pedirle objetividad o algo parecido a un documento que pretende homenajear a un personaje es una quimera, pero pedirle pasión y dedicación es un deber. Tedesco admira el legado musical de su progenitor pero más aun el espíritu libertario y creador de la banda de instrumentistas a la cual perteneció. De la misma manera, Pansy Division también entraña la idea de libertad en la figura de un par de homosexuales decididos a hacer historia a punta de rasgueos estridentes, gritos destemplados y letras pornográficas. El director Michael Carmona repasa la trayectoria de una de las bandas queer más importantes de todos los tiempos en un este documental que en medio de un contexto escandaloso logra develar a dos entrañables seres que no tienen otra causa que el amor.

Cine mundial

No se equivoca Martín Scorsese cuando afirma que uno de los grandes accidentes de la historia del cine sea que The Housemaid (1960) sea conocida en el Occidente solo por los cinéfilos más devotos. Y es que la película que el director de Taxi Driver considera una de las tres mejores de la historia del cine es realmente un prodigio de modernidad fílmica. El realizador surcoreano Kim Ki-young utiliza la historia de un profesor de piano que de manera accidental termina enredándose con la nueva empleada de su casa, como pretexto para dar rienda suelta a la exageración melodramática -misma novela mexicana pero valiéndose de recursos cinematográficos-, a la hibridación genérica (terror, noir, suspenso, comedia), a la estilización audiovisual (la puesta en escena es heredera del Expresionismo Alemán, del noir y del Surrealismo buñueliano) pero sobre todo al lenguaje autorreferencial. Al final Ki-young desafía el modelo de representación institucional cuando su lujurioso anti héroe nos advierte cuán peligroso es ceder a la tentación, y al hacerlo nos dice soterradamente que la realidad no es otra cosa que un mal sueño.

Cuatro Noches con Ana, el retorno como director del polaco Jerzy Skolimowski (El Grito) luego de dieciséis años de inactividad es también una muy buena película. Su historia nos recuerda el mito de Pigmalión en la versión del “Roman de la Rose”
(aquella en la que Afrodita se presenta en combate, descubre su tobillo y deslumbra al escultor griego, quien rehúye a esa epifanía y decide levantar en su nombre una escultura a la cual idolatra hasta que la diosa griega, conmovida por el amor de Pigmalión, le concede la vida), aunque su final no sea tan feliz. Un oligofrénico se obsesiona con una mujer luego de presenciar accidentalmente su violación, y decide visitarla mientras duerme sedada por unos somníferos preparados por él, hasta que la policía lo descubre y acusa, a pesar de que él durante las cuatro noches que vigilo el cuerpo de su amada fue incapaz de tocarlo. Cuatro Noches con Ana puede verse como el relato de un amor que nace de manera inconsciente, a partir de un profundo sentimiento de culpa, pero como la fábula de un hombre que ha encontrado en un amor imposible la única manera de mantenerse vivo.

Nick and Norah’s, Infinite Playlist es una comedia romántica que a ritmo de buena música y diálogos bastante frescos e ingeniosos se acerca al universo adolescente a la manera de Juno o los filmes producidos por Seth Rogen (Ligeramente Embarazada, Supercool, Piña Express). Nuevamente Michael Cera da vida a un nerd adolescente que tiene que lidiar con los conflictos propios de su edad: en esta ocasión, el fin de una prolongada pero insatisfactoria relación sentimental y el surgimiento de una nueva ilusión al lado de una chica que en cuestiones de amor se siente tan extraviada como él y con la cual comparte su afición por la música. Así, el director Peter Sollet (Raising Victor Vargas) sigue el trayecto de un grupo atípico de adolescentes en busca de su aun más rara banda favorita en una Nueva York que se muestra “tan inmensa” como sus problemas, pero que a la vez cobija su entrañable aventura mientras van dándose cuenta de que lo mejor de esa etapa de la vida es mantenerse auténticos en medio de la falsedad.

Old Joy y Wendy and Lucy son los dos últimos largometrajes de Kelly Reichardt, de quien, además, se presentó un libro titulado “El cine de Kelly Reichardt- El sueño (americano) terminó”. Precisamente en ambas películas encontramos un afán desmitificador de la cultura norteamericana, pero, sin embargo, no hallamos ningún aporte estético. El de Reichardt es un cine que se quiere contemplativo y en consecuencia “reflexivo”, que propone un reencuentro del hombre con la naturaleza en tiempos en que la tecnología tiene cada vez mayor injerencia en su vida. Para ello recurre a personajes desencantados del mundo, inconformes con el sistema, románticos emprendedores que, pese a su condición, no consiguen despertar ningún tipo de emoción en el espectador y tan solo levantan bostezos. Salvo la presencia de Michelle Williams en Wendy and Lucy, nada que destacar en la obra de esta sobrevalorada cineasta estadounidense.

La cinta mexicana El Árbol quiere emular el cine de los hermanos Dardenne pero a lo mucho se acerca a El Asaltante de Pablo Fendrik. En ella el realizador Carlos Serrano se dedica a seguir el errático trayecto de Santiago, un mexicano afincando en Barcelona que está próximo a ser desempleado, que es adicto a la marihuana, está separado de su mujer y no puede ver a sus hijos porque esta no se lo permite. Serrano trabajó como editor y productor en la ópera prima de Carlos Reygadas -quien aquí hace las veces de productor-, pero de él solamente ha heredado su afición por los personajes borderline, tanto así que Santiago más parece un remedo urbano del bucólico “hombre” de Japón que una creación de su autor.

* Artículo inicialmente publicado en la revista Godard! N° 20

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